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lunes, 18 de marzo de 2019

LA GUITARRA MÁGICA DE ALFREDO DOMÍNGUEZ

CULTURAS

La guitarra Mágica de Alfredo Domínguez

(Parte I) 

Ch’enko total. El papirri: personaje de la Pérez, también es Manuel Monroy Chazarreta
Alfredo Domínguez
Alfredo Domínguez
La Razón (Edición Impresa) / Manuel Monroy Chazarreta
00:00 / 13 de febrero de 2019
Alfredo cumpliría este 9 de julio 81 años. Hubiera sido un abuelito feliz, tranquilo, chanceador, con la sonrisa sincera en el rostro, la pausa necesaria al hablar, el humor y la anécdota florecida. Nacido en la bella Tupiza en 1938, en el seno de una familia muy humilde, vivió solo 42 años. Su papá era carpintero, su mamá vendía dulces y helados, Alfredo ayudaba, era hijo único. Podríamos considerar una primera etapa los primeros 20 años de su vida entre su tierra y la Argentina, era un niño rebelde, dicen los que saben que sufrió violencia y discriminación de un profesor; agarró su maletita a los 12 años y se fue para la Argentina con un circo, integrándose luego a la zafra.
En esas fogatas de trabajadores golondrinas conoció el hambre, la lucha y la guitarra, experiencia expresada posteriormente en la bella canción Éxodo, track 7, del emblemático disco Vida, pasión y muerte de Juan Cutipa (1969), que contiene 12 piezas, cada una con su respectivo oleo. Tras la desesperada búsqueda paterna, retorna a Tupiza con la Policía, directo a la plaza a vender dulces. A los 15 años integra la estudiantina del Prof. José Ortega, en ese contexto empieza a tocar piezas de Tarrega y Sor, repertorio clásico que le deja un trémolo cristalino, glissandos expresivos, un sonido potente. Más tarde, Alfredo le dará a estos recursos técnicos su propia identidad. Cuentan los que saben que su papá lo vio de la ventana ensayando con la estudiantina prohibida, Alfredo salió corriendo a casa, se metió debajo de la cama, ante su asombro, el padre le ofreció hacerle una guitarra si se comprometía a no meterle a las copas. No volvió al colegio, decidió cumplir su servicio militar en Tarija, parece ser que es allí donde le agarra la vinchuca traidora dejándole el chagas mortal.
Una segunda etapa podría ser su estadía en La Paz, migración interna en la década de 1960, fundamental en su obra y oficio musicales. Era un gran arquero del Club Huracán de Tupiza, llega a La Paz con la intención de integrarse al Bolívar; se dice que Liber Forti, hombre de teatro, intelectual del pueblo y stronguista (chiste), le aconseja optar por la guitarra. Cuenta su esposa, Gladys Cortés, que Alfredo estaba en La Paz, sin trabajo y sin guitarra. Es noviembre de 1963, se realiza un acto de residentes  en homenaje a tupiceños sobresalientes, se condecora al gran futbolista Víctor Agustín Ugarte, gloria de la época; entonces se llama a Alfredo al escenario, los residentes le regalan de sorpresa una guitarra del célebre Luthier Rivas: el músico pasmado llora de emoción, pues realizaba actuaciones en radio El Cóndor y radio Méndez con guitarras prestadas. Gladys también relata que Alfredo tenía ya en ese momento unas 50 composiciones, tanto instrumentales como cantadas, pero no le gustaba su timbre de voz, por eso su primer disco autofinanciado de cuatro canciones tiene el apoyo de una cantante. En 1966 se abre la Galería Naira comandada por ese gran hombre Don Pepe Ballón; al lado de la galería de la calle Sagárnaga había una salita vacía donde Alfredo ensayaba, fue allí el gran encuentro histórico con el célebre charanguista Ernesto Cavour, paceño y vecino de la zona, sumándose el antropólogo y quenista suizo Gilbert Favre: nace un trío notable, base de lo que serían Los Jairas. La salita se volvió la Peña Naira, epicentro de estos músicos valiosos. Esta década es muy fértil para Alfredo, aporta a la guitarra mundial con sus propuestas sonoras, inventa articulaciones propias, sonidos que emulan al erke, la caja, el charango, el pinkillo, los cerros colorados lo pueblan. Las piezas Por la quebrada y La pastora, hits de 1969, son referentes de la época. Es fundamental el encuentro con Violeta Parra, quien llega una noche de ese 1966 detrás del amor perdido del Gringo bandolero que ya se había casado; Violeta actúa en la Naira muy triste, escucha a Domínguez y le aconseja para siempre no renegar de su timbre de voz y del canto. Entonces nace Juan Cutipa, hito de la música popular boliviana, en forma de suite muy personal es un autorrelato de vida, migraciones y sobrevivencia. Canciones sentidas, como la emotiva y compacta Rosendo Villegas Velarde, contrastan con el humor hualaycho y juglar de Sí, señora, soy un indio, sencilla pero profunda crítica al racismo europeo.
La tercera y última etapa, la década de los 70, encuentra a un Alfredo migrante en Suiza, con esposa y dos hijos, desarrolla su talento como artista plástico en Ginebra, dando conciertos exitosos con su guitarra de fuego. Artista natural, junto al grupo Los Jairas, consolida el denominado neofolklore andino; sin embargo el tupiceño no integra el grupo. Alfredo Domínguez es un gran referente de la música popular latinoamericana. Hay que destacar el trabajo de transcripción de la guitarra de Alfredo que realizó el maestro tarijeño Fernando Arduz, que logra incorporar el repertorio Domínguez a los centros académicos musicales. A mí me salva la vida en Japón, cuando mi productor nipón propone en 1990 que, dentro de mis conciertos, toque 30 minutos de guitarra latinoamericana; no tenía nada de Bolivia y conozco Por tu senda, pieza instrumental que interpreté como obertura de mis presentaciones por una década. Tuve el honor de tocarla en Ginebra en 2007 en presencia de la bella Gladys. Este 28 de enero fueron 39 años de la muerte de Alfredo. Nuestro reconocimiento sentido y permanente. Estito continuará.
FUENTE:  LA RAZÓN 13 de febrero 2019. AUMENTAMOS LA EXPRESIÓN "GUITARRA MÁGICA" AL TEXTO.   

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